El vestido
En un pequeño pueblo del sur de Francia iba a celebrarse un baile. Este tipo de acontecimientos no ocurrían muy a menudo en el lugar, así que todos los vecinos esperaban emocionados a que llegara el gran día. El pueblo se había llenado de carteles y, en el mercado, las mujeres no hablaban de otra cosa.
Una joven granjera, muy bella, pero muy pobre, había visto en la fiesta la posibilidad de conocer a un chico de buena familia, con la esperanza de poder casarse y salir de la pobreza. Sin embargo, cuanto más pensaba en ello, la desilusión y la resignación aumentaban; ni siquiera podía permitirse un vestido adecuado para un baile y nadie se fijaría en ella con su aspecto desarreglado.
Pasaron unos días y casi había conseguido olvidarse de la celebración. Una mañana, fue a la fuente a por agua y se encontró allí con una amiga. Empezaron a hablar sobre el baile y la amiga se dio cuenta de que la chica tenía muchas ganas de ir y que el único motivo que se lo impedía era el hecho de no tener un vestido apropiado. Entonces, le aconsejó ir a casa de una anciana que podría alquilarle uno para esa noche a un precio asequible. La joven decidió hacer caso a su amiga y fue a ver a la señora. Le pidió que le enseñara lo más barato que tuviera y, para su sorpresa, entre varios vestidos bastante estropeados encontró uno precioso y muy bien conservado. Pagó y se marchó a casa, sin terminar de creerse lo bien que le estaban saliendo las cosas.
Llegó el domingo, la fecha del esperado baile, y la joven se dirigió hacia la plaza, despertando la curiosidad de muchos vecinos, asombrados por la belleza que desprendía, ya que no habían visto nunca nada igual. Al iniciarse el baile, la chica estaba encantada. Era la primera vez que acudía a una fiesta como aquella y todo le parecía maravilloso. La decoración, el ambiente, la música,… todo estaba perfecto. Además, varios jóvenes se habían acercado a bailar con ella, alabando su belleza. Sin embargo, el último con el que estuvo fue el que realmente le impresionó. A pesar de pertenecer a una familia rica, no le importó el origen humilde de la granjera y quedaron en volver a verse.
El baile terminó y todos volvieron a sus casas. La granja donde vivía la joven estaba a las afueras del pueblo, bastante alejada de la plaza, pero era una tranquila noche de verano y no le importó tener que volver sola. Al llegar a las últimas casas, le pareció oír un susurro a sus espaldas, como una pequeña ráfaga de viento. Se dio la vuelta y se sobresaltó al ver una especie de sombra blanca que cruzaba el camino. Parpadeó y la sombra había desaparecido. Decidió pensar que la oscuridad o el cansancio le habían jugado una mala pasada y siguió su camino.
Aquella noche, apenas pudo dormir de la emoción, pensando en lo afortunada que era y en lo que podría cambiar su vida a partir de aquel momento.
A la mañana siguiente, al levantarse, no se encontraba muy bien. Al principio no le dio importancia, pensando que sería por algo que había comido o bebido la noche anterior. Cuando llegó al establo para hacer sus tareas, como todos los días, se encontró a los animales más nerviosos de lo normal. Terminó y se dirigió de nuevo a la casa, pensando en las cosas tan extrañas que estaban sucediendo. En ese momento, una voz en su cabeza empezó a susurrar su nombre una y otra vez. Era una voz fría y ronca, pero podía distinguirse que pertenecía a una mujer joven. Pasaron las horas y la voz permanecía. “Devuélveme el vestido…”, repetía sin cesar. La chica estaba histérica; tenía mucho frío y veía que los objetos de su casa se movían, las puertas se abrían y se cerraban y el fuego de la chimenea se encendió solo. Mientras, el susurro continuaba. “Devuélveme el vestido…” Ella sentía que no podía hacer nada y, al poco tiempo, ya no aguantó más la situación.
Por la tarde, el chico del baile fue a buscarla, tal y como habían acordado. Llamó a la puerta, pero no obtuvo respuesta, así que, como estaba abierta, decidió entrar. Gritó el nombre de la joven varias veces, pero nadie contestó. Siguió adentrándose en la casa sin encontrarla y pensó que seguramente estaría en el establo. Fue hasta allí y lo primero que vio al entrar fue a la joven colgada de una viga del techo. Había huido de la casa con la esperanza de poder refugiarse allí, pero eso no sirvió de nada, ya que la voz siguió atormentándola. Finalmente, movida por la desesperación, se ahorcó.
Desde entonces, el espíritu que torturó a la joven granjera deambula por la casa, reclamando el vestido que le fue robado de la tumba.
DAVID HERNÁNDEZ; MARIA EUGENIA LÓPEZ; ANA RODRÍGUEZ
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